Jose Antonio martinez Soler

El periodista Jose Antonio martinez Soler hizo la mili en el C.I.R. de Cerro Muriano (Córdoba), donde me tocó hacer el campamento en 1970, había pocos vasco hablantes y numerosos catalano hablantes, hijos de andaluces que habían emigrado, no por gusto, a Cataluña. Cuando hablaban catalán entre ellos, la solidaridad entre reclutas y soldados, puteados por los mandos, nos obligaba a darles codazos de aviso o alguna voz en clave para que dejaran la lengua prohibida y se pasaran rápidamente a la lengua del Imperio (que entonces no era precisamente, como hoy, el inglés). Bastaba con decirles “moros en la costa”. 

La solidaridad entre los soldados de toda España era patente frente a los abusos ridículos del mando que, queriéndolo o no, obedecía las órdenes del dictador. Mi sargento no era menos ridículo que este pobretico instructor de natación pagado por los fascistoides de Bildu. Algunos amigos que hicieron la mili por tierras del norte me han comentado que ellos también hacían lo mismo con los reclutas o soldados vascos que hablaban en su lengua materna. Les avisaban a tiempo del peligro fascista y rápidamente cambiaban al castellano. Y eso que, en la lengua de aquel Imperio de pacotilla, los vascos hablantes se hacían un lío con los artículos del castellano. Lo hablaban con errores comprensibles.
 
Por favor, que nadie se alarme. No voy a contar mi mili. Solo una anécdota. Cumplí lo mejor que pude el periodo de instrucción de recluta y, nunca supe por qué, me destinaron a una compañía (unos colegas me dijeron que era de “aislamiento”) del Regimiento Alava 22. Mi madre me dijo que me habían enviado “por bocazas” a aquella pequeña isla de Tarifa (La Isla de las Palomas, donde ahora encierran a los inmigrantes sin papeles).
 
Nada más pisar la tierra firme de aquella islita (unida a la península por un puente, superado con frecuencia por las aguas del Mediterraneo o las del Atlántico) y saludar a los compis, me preguntaron “¿y tú que has hecho?”. No entendí aquella pregunta hasta pasados unos días. Estaba rodeado de ex seminaristas, ex curas y universitarios (sin milicias de alférez) “con antecedentes democráticos”, es decir, antifranquistas. Nos agrupaban allí no como castigo -que lo era, sobre todo durante el proceso de Burgos que nos tuvo en estado de alerta- sino para no estar mezclados con los demás soldados a los que podíamos contagiar.
 
Paella de los “sin permiso” en Cerro Muriano. 1970 es de la señal es él
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