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  • ¡¡ Saludos Cesar !! aunque no fue uno de mis mandos el sargento Picurri era muy nombrado en mi compañia. Yo me cruce varias veces con el y me alegro mucho de volver a verle y saber que sigue bien. A la orden mi sargento un saludo......

  • Resultado de imagen de foto del conde gazola

    El Picurri

  • Abr 2008

    Leyendas del cabo Picurri.

    Escrito por: Francisco Flecha Andrés el 13 Abr 2008 - URL Permanente

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    LA AUTOCRÍTICA.

    Durante mucho tiempo, en aquellos años de juventud, fue referencia obligada de todas nuestras conversaciones de bodega en tardes de amor y vino.

    Cualquiera que fuese el punto de partida, la conversación caía siempre, en algún momento, en el recuerdo de alguna tierna ferocidad, conocida por todos, del cabo Picurri.

    Siempre se contaban las historias como nuevas, aunque eran siempre las mismas, y siempre las reíamos como si hubiesen ocurrido ahora mismo.

    Se convirtió en una especie de héroe de tebeo, orgulloso y exigente, tierno y desvalido, azote y mayoral de la tropa en aquel campamento de reclutas destinado, parecía, a que los mozos de reemplazo de Murcia o Extremadura descubrieran en sus carnes la experiencia irrepetible de las heladas de Enero en las altas parameras de esta tierra.

    Los quince años de oficio a golpe de reenganche, la voz un poco rota por culpa del tabaco, del orujo o de los gritos que acompañan la instrucción le daban mucha más autoridad de la que cabría esperar de los galones o de la estampa militar que cabía en su metro sesenta de estatura.

    Como de todos los héroes de leyenda, se contaban de él cuatrocientas aventuras de faldas sabiamente entremezcladas y las visitas de otras veinte al coronel a reclamar justicia o protección por la deshonra sufrida en noches de verbena al abrigo de las parvas en las eras.

    Porque el cabo, además de otras prendas más íntimas u ocultas tenía un hablar meloso cuando estaba con mujeres que para sí lo querría más de un capitán de la academia.
    Incluso, cuando estaba de servicio en el cuartel, sobre todo al llegar los sargentos de complemento (a quienes solía mirar con indulgencia porque, a pesar de sus estudios, no eran militares de raza y de macuto, exageraba, si cabe, el cuidado en la expresión.

    Era entonces cuando solía decir, como advirtiendo, aquella frase, al principio de las guardias, que quedó para nosotros como un lema insuperable:

    - "¡Ten cuidado, chaval, y no te duermas, que te meto una autocrítica que te cagas!"

  • Ahora que estoy a punto de rendirme con armas y bagajes y terminar así esta interminable guerra de los treinta años que ha constituido el áspero mundo de la escuela y que, por circunstancias de la vida, ha venido a ser el nicho en el que he ido alcanzando el deterioro en que me encuentro, en el momento del recuento, entre todos los recuerdos, sobresale, como supremo monumento al saber, la inefable enseñanza del sargento Picurri.

    El sargento Picurri no escondía el orgullo de haber conseguido los galones tras treinta años de chuscos, de guardias y de heladas en aquellas altas parameras del campamento del Ferral, cuyas condiciones extremas ensalzaban, cantando, los reclutas:

    "Campamento del Ferral,
    campamento del Ferral,
    matadero de reclutas.
    La quinta el 68,
    la quinta el 68
    las está pasando putas.
    Madre si tienes un hijo,
    madre si tienes un hijo
    y quieres que se te muera
    mándalo para el Ferral,
    mándalo para el Ferral
    sin dinero en la cartera.
    Sin dinero en la cartera,
    sin chorizo en el macuto
    y a eso de los quince días,
    y a eso de los quince días
    tendrás un hijo difunto.



    A todas estas inclemencias (y a otras muchas) había sobrevivido el sargento, que consideraba su situación actual como un auténtico golpe de suerte, dadas sus limitaciones históricas, intelectuales y generacionales, dado que había llegado al ejército con el escaso equipaje de las letras y algo más que había aprendido en la escuela de su pueblo. "De los ocho hermanos que he tenido, soy el único con carrera", manifestaba con orgullo.

    Y de estos saberes aprendidos en la mili, le gustaba hacer gala en las clases de "Teórica". Sobre todo cuando contaba con estudiantes como oyentes.

    -"La bala de cañón describe una trayectoria curva y, finalmente, cae al suelo. ¿A qué diréis que se debe la caída?"

    Y, cuando algún espabilado respondía que a la fuerza de la gravedad, contestaba como quien abre los ojos, indulgente, a un ingenuo auditorio:

    -"La gravedad, la gravedad... ¡No me jodas, chaval! Cae por su propio peso".

    E interpretaba las risas, que siempre surgían espontaneas, como el tributo merecido a su lógica aplastante.

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