Un 12 de Octubre.

Habían madrugado pese a ser un día festivo, tras desayunar en abundancia salieron de casa y se dirigieron hacia el centro de la ciudad.
Eran Francisco y su hijo pequeño Miguel, y ese día, 12 de Octubre, se dirigían a ver el desfile de las Fuerzas Armadas.
Francisco iba ilusionado, Miguel le acompañaba por no hacerle un feo a su padre, este conforme caminaban, empezó a contarle anécdotas de cuando hizo el servicio militar, la mili, decía él. Miguel sonreía ligeramente, nunca había oído a su padre hablar tanto, siempre estaba trabajando y llegaba muy cansado a casa, cenaba viendo las noticias y se acostaba pronto, para poder madrugar al día siguiente.
Miguel, pese a sus nueve años, era un niño muy maduro, algo retraído, pero muy observador.
—Papa, ¿Por qué lleva tanta gente banderas de España?
—Pues porque somos españoles y para honrar a los soldados del desfile —le dijo Francisco sonriéndose.
—¿Me compras una bandera de España?
Francisco sonriéndose y sorprendido mira a su alrededor hasta que localiza un bazar chino en la siguiente esquina.
—Vamos al chino y compramos una para cada uno —le dice a su hijo.
Una vez compradas las banderas se dirigen de nuevo hacia el lugar del desfile, se han colocado ambos las banderas como si fueran capas.
Al llegar se encuentran con que ya hay mucha gente, comienzan a buscar un sitio en primera fila para poder ver mejor el desfile, al final localizan un buen lugar junto a un matrimonio de ancianos, él va en silla de ruedas, y ella se apoya en el respaldo.
—¡Buenos días! —dice Francisco—¿Les importa si nos ponemos junto a Ustedes?
Ambos se giran, les miran y sonríen.
—Buenos días, pueden ponerse ahí tranquilamente, a nosotros no nos molestan.
Miguel se coloca delante de su padre y junto al anciano, cogido a la valla metálica, de reojo observa al anciano, es muy viejo, sus ojos miran al vacío, como si estuvieran perdidos en otro tiempo, la ropa le viene un poco grande, lleva una camisa verde que no llega a abrochar hasta el cuello, sobre ella una chaqueta negra, echada por encima de los hombros, sobre la cabeza un gorrillo con una borla roja, es lo que más le llama la atención.
Girándose ligeramente le hace una señal a su padre, y en un susurro le pregunta.
—Papa ¿ese gorro de que es?
Francisco lo mira y le dice.
—Es un gorro de Legionario.
La anciana que ha escuchado lo que se decían, completa la información.
—Se llama Chapiri y es el gorrillo que usa la Legión Española, es que mi marido sirvió doce años en la Legión.
El anciano, al oír nombrar a la Legión parece que ha vuelto a la realidad, se gira hacia Miguel, le mira a los ojos y le sonríe.
Por la megafonía que se ha instalado para el desfile se anuncia que va a comenzar el mismo, primero los medios aéreos.
Miguel mira hacia el cielo cuando oye los reactores de los aviones que se acercan, es la Patrulla Águila, al pasar sobre la avenida donde se realiza el desfile empiezan a echar humo con los colores de la bandera de España, a Miguel se le encoge el corazón al ver una gigantesca bandera sobre el cielo de su ciudad, una bandera roja y gualda, la misma que el lleva a su espalda como si fuera una capa.
A Francisco también se lo encoge el corazón, se siente emocionado, tiene las manos sobre los hombros de su hijo y los presiona ligeramente por la emoción.
Miguel mira al anciano, este observa el paso de los aviones con una ligera sonrisa en sus labios.
Pasan el resto de los aviones y helicópteros, una demostración a pequeña escala de lo que son los medios de que dispone la aviación, la gente aplaude y ondea sus banderas.
Continua el desfile, la megafonía indica que cuerpo va a pasar a continuación, medios mecanizados, Miguel alucina con los blindados, carros de combate, camiones y demás vehículos del ejército, el solo los había visto en películas, pero de cerca impresionan más, sobre todo los carros de combate que hacen temblar el suelo y todo su cuerpo.
Luego vienen los cuerpos de seguridad, la Policía Nacional y la Guardia Civil, la gente los vitorea y les aplaude mientras ondean sus banderas, la Guardia Civil se lleva la palma en cuanto a vivas que reciben, todos desfilan con orgullo, serios, pero satisfechos y agradecidos por la reacción del público hacia ellos.
Y así, uno tras otro, van desfilando un cuerpo tras otro, al compás de las marchas militares que van tocando las bandas de música de cada cuerpo, recibiendo el homenaje del público, los ingenieros, los artilleros, la infantería, los marineros, los esquiadores de los regimientos de montaña, la comandos de operaciones especiales, la unidad militar de emergencias, los paracaidistas, todos reciben los vivas del público, todos se sienten orgullosos de estar ahí, todos se sienten agradecidos de que el pueblo reconozca su trabajo, esa labor que pasa desapercibida para la mayoría de la gente.
Francisco se siente orgulloso y muy emocionado, miles de recuerdos se agolpan en su mente de cuando hizo su servicio militar, de golpe recuerda caras, nombres, lugares, anécdotas, todo se agolpa en su mente y siente la necesidad de contárselo a alguien, decide que esa tarde se conectara a internet, un compañero de trabajo le ha hablado de una web que se llama “amigosdelamili” en la que igual con un poco de suerte puede localizar a algún antiguo compañero, si lo intentara, así pensando presiona de nuevo los hombros de su hijo y este se gira y le mira sonriéndole, ve en sus ojos el brillo de la emoción, esta exultante, nunca ha visto tan feliz a su hijo.
Megafonía anuncia un hueco en el desfile y el siguiente cuerpo en desfilar, el hueco es porque es la Legión y su paso de desfile es mucho más rápido que el del resto de los cuerpos.
Ya se oyen los tambores y cornetas con un ritmo trepidante, Miguel se asoma por encima de la valla para ver más pero aún no se les ve llegar.
—Por favor joven ¿me ayudaría a poner de pie a mi marido? —le dice la anciana a Francisco.
—Por supuesto Señora —le contesta a la vez que con un gesto le indica a Miguel para que le ayude.
Entre ambos lo ponen de pie, la anciana le quita la chaqueta a su marido, a la vista queda una camisa verde, un pepito y dos medallas cuelgan del bolsillo izquierdo de la camisa, el sonido de los tambores y cornetas aumenta a cada segundo, los vítores y aplausos del público arrecian, conforme se aproximan a donde se encuentran ellos, Miguel se percata de que el escuálido anciano se hincha y crece, ya están casi delante de ellos, el anciano se lleva la mano al botón del chapiri en un perfecto saludo legionario, la Legión está pasando por delante, el anciano ahora es grande, esta henchido de orgullo, Miguel lo mira y ve surgir lágrimas de los ojos del anciano, mirando al anciano apenas ha visto pasar a la Legión, ya han pasado, el anciano se empequeñece de nuevo, sus piernas empiezan a temblar, lo ayudan a sentarse en la silla de ruedas, a la vez que la anciana le vuelve a poner la chaqueta.
—¡Gracias hijos! —Les dice el anciano aun con lágrimas en los ojos— Esa era mi bandera.
—De nada, no hay de que —contesta Francisco.
Megafonía anuncia el paso de los Regulares, pasan con su cadencioso paso y su vistoso uniforme con las capas blancas al viento, es espectacular.
Pero Miguel ya no está viendo el desfile, está observando al anciano con discreción y disimulo, él se ha tenido que limpiar las lágrimas, se ha emocionado con el anciano, el desfile toca a su fin.
Los ancianos les dan las gracias y se van, la anciana empujando la silla de ruedas de su marido, despacio para no golpear a nadie, van poco a poco abriéndose paso entre la gente.
—¿Te ha gustado Miguel? —le pregunta Francisco a su hijo.
—Muchísimo papa, sobre todo los tanques, la Legión y los Regulares.
—Si a todo el mundo les gustan esos cuerpos, son los más llamativos, pero todos y cada uno de los que han desfilado son necesarios, se complementan unos a otros para poder hacer cada uno su trabajo y defender el país —le explica Francisco.
Van caminando en dirección a su casa, entre la gente.
—Papa ¿yo puedo ser soldado?
—Claro que si hijo —le dice Francisco.
—¿Siii? Pero no un soldado cualquiera, quiero ser como ese señor, un legionario —dice señalando hacia la esquina más próxima.
Allí se encuentran los ancianos, detenidos a la sombra, descansando la anciana del esfuerzo de empujar la silla de su marido.
—Eso se lo tendrás que preguntar a él —le dice mientras se acercan a los ancianos.
Miguel se para, piensa en lo que le ha dicho su padre, mira al anciano y se dirige hacia él.
—Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
El anciano se gira hacia él, lo mira y le sonríe.
—Por supuesto hijo, dime.
—Yo ¿puedo ser legionario?—pregunta Miguel mirando al anciano a los ojos.
El anciano mira a Miguel de arriba abajo, y luego clava sus ojos en los de él, ve ilusión y determinación, asiente lentamente con la cabeza.
—Si hijo sí, claro que puedes ser legionario si así lo quieres, en la vida como en la Legión, cada uno ha de ser lo que quiera.
—¿De verdad? ¿Siii? —pregunta Miguel todo ilusionado y con los ojos brillantes y muy abiertos.
El anciano lo mira sonriendo y le dice:
—Claro que si, ahora lo que tienes que hacer es estudiar y prepararte para cuando llegue el momento, si tus padres están de acuerdo claro —dice girando la cabeza hacia Francisco.
—Por supuesto, si es lo que quiere, es lo que será —afirma Francisco.
—Lo será —dice el anciano dirigiéndose a Francisco— su hijo lleva a la Legión en el alma, ya es un poco legionario.
El anciano se gira de nuevo hacia Miguel.
—Gracias hijo, hoy me he llevado dos alegrías, ver a mi bandera desfilando y conocer a un futuro legionario —le dice dirigiendo la mano hacia el chapiri y realizando un perfecto saludo legionario.
Miguel se endereza y lleva su mano a la cabeza intentando imitar el saludo del anciano.
—No hijo, con la cabeza descubierta no se saluda así, espera ponte el chapiri —le dice quitándoselo él y ofreciéndoselo a Miguel.
Este lo coge, no se atreve a ponérselo, mira a su padre, a la anciana y finalmente al anciano que le asienten con la cabeza, y se lo pone.
—Ahora si puedes saludar —le dice el anciano.
Miguel saluda imitando el saludo que le ha hecho antes el anciano, no le sale perfecto, pero tiene madera.
Tras devolver el chapiri al anciano se despiden unos y otros y se dirigen hacia sus respectivos hogares.
Dos meses después un domingo Francisco y Miguel regresan a casa después de haber visitado el Museo del Ejército, la casualidad ha hecho que regresen caminando por el mismo camino que tras el día del desfile, al llegar a una esquina se les acerca una anciana.
—¡Hola buenos días!¿No sé si me recuerdan?
—Hola buenos días —contestan ambos a la vez—, claro que la recordamos ¿Cómo se encuentra su marido?
—Falleció hace un mes.
—¡No me diga! Lo sentimos mucho, le acompañamos en el sentimiento —dice Francisco.
Miguel mira a la anciana con lágrimas en los ojos, aún recuerda al anciano sentado en la silla de ruedas con el que mantuvo la conversación sobre ser legionario.
La anciana lo mira y le acaricia la cabeza.
—Quería hablar con su hijo y darle un regalo de parte de mi marido —dice la anciana dirigiéndose a Francisco— llevo varios días viniendo a ver si los encontraba.
—Por supuesto Señora, claro que puede hablar con él.
La anciana mira a Miguel, y se pone a rebuscar en el bolso que lleva, extrae un paquete y se lo entrega.
—Toma hijo, mi marido me pidió que te lo entregara cuando el muriera, también me dijo que te recordara lo que hablaste con él ¿lo recuerdas?
—Si Señora claro que lo recuerdo, gracias —dice mirando el paquete y sin atreverse a abrirlo.
—Durante su último mes de vida, todos los días me hablaba de ti, desde el día del desfile, siempre me decía “A que ese chico tiene madera de legionario”, “viste como le brillaban los ojos, ese chaval será legionario”, así todos los días, gracias por haberlo hecho feliz.
—Gracias Señora.
—Pero abre el paquete, es para ti —le dice la anciana.
Miguel mira a su padre y este asiente, lentamente abre el paquete y abre los ojos desmesuradamente.
—¡¡¡¡Es el chapiri!!!! —dice lleno de alegría.
A Miguel le saltan las lágrimas de alegría, y con la espontaneidad de los niños, abraza a la anciana.
—Recuerda a mi marido y que un legionario lo es hasta la muerte —le susurra al oído mientras lo abraza.

Fin

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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