Publicaciones de Pascual Sánchez Soler 3º82 (38)

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Esta es la historia de un carro de combate Mark IV y su tripulación del Ejército Británico en la Primera Guerra Mundial, durante la Tercera Batalla de Ypres en agosto de 1917.

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Carro de combate Mark IV.

La tripulación de un Mark IV estaba formada por 8 hombres.Puede resultar que un carro de combate del Ejército Británico llevara un nombre en español como es “Fray Bentos”, realmente este era el nombre no oficial, el carro pertenecía a la unidad “F” y su designación oficial era “F-41”, todos los carros de esta unidad llevaban nombres no oficiales que empezaban por la letra “F” y la formaban las siguientes unidades:

F-41 Fray Bentos.

F-42 Faun.

F-43 Fritz Phlattner.

F-45 Fiducia.

F-46Fay.

F-47 Foam.

F-48 Fiara.

F-49 Fairy.

¿Por qué “Fray Bentos”? No es que fueran católicos y que se encomendaran a un fraile, no, el nombre es el de una marca de carne de lata que el Ejército Británico suministraba en las raciones a sus tropas, la cual se podía comer directamente o utilizarla para hacer un caldo, los miembros de la tripulación de esta unidad eligieron este nombre porque se sentían dentro del carro como carne enlatada.

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Lata de Fray Bentos de 1916.

Pero vamos a los hechos y el porqué de su historia.

Durante la Tercera Batalla de Ypres en agosto de 1917, justamente al sur de Saint Julien y cerca de la Colina 35, los alemanes habían destruido varias compañías de ejército británicos cuando ellos asaltaron los puntos estratégicos y trincheras en la región.

Ocho tanques de Mark IV pertenecientes al llamado Batallón "F" del Cuerpo de Tanques británico marcharon en apoyo de la infantería para atacar y tomar las líneas alemanas.

El grupo de tanques salió a cumplir su misión a las 4.45 de la mañana el 22 de agosto. El tanque F-41 llamado "Fray Bentos", estaba bajo el mando de un teniente llamado G. Hill.

Cada tanque tenía un punto asignado en la línea alemana para asaltar. El comandante de batallón, el Capitán Richardson había optado liderar la avanzada a bordo del F 41 "Fray Bentos". Los defensores alemanes ubicados en un punto alto al que llamaron 'Gallipoli' comenzaron a defenderse con ametralladoras de gran calibre y las balas de rifle comenzaron a zumbar por todos lados y rebotaban contra las placas de hierro de los cascos de los tanques.

El teniente Hill, al mando del Tanque “Fray Bentos” fue herido en el cuello y el comandante Richardson que estaba en la tripulación del "Fray Bentos" intentó tomar la delantera para dirigir el ataque con tan mala suerte que cayó en una trinchera abandonada, quedando a disposición del fuego alemán.  La infantería alemana de inmediato rodeó por los flancos al "Fray Bentos" e intento incendiarlo sin conseguirlo.

El comandante Richardson intentó salir del tanque y buscar ayuda, pero el fuego era demasiado intenso. Otros dos tripulantes intentaron salir para intentar sacar el tanque de la zanja, pero uno de ellos murió en el intento abatido por un francotirador alemán. El tanque atrapado estaba a unos 500 metros delante de la Brigada 44 de Montañeses quienes intentaron asistir al tanque, pero no lo consiguieron y perdieron como 60 hombres. Las unidades Scottish Rifles y Black Watch relevaron a los Montañeses, con pérdida de muchos hombres sin lograr avanzar más que 100 metros.

La tripulación del "Fray Bentos" usaba sus armas para atacar como podía a los alemanes, convirtiéndose en un verdadero bunker metálico. Los británicos en este punto pensaron que el tanque había sido capturado por los alemanes y comenzaron a disparar ellos mismos sobre el tanque atrapado. Un Sargento de la tripulación del "Fray Bentos, llamado Missen se deslizó valientemente y salió, esquivando las balas de los francotiradores y el fuego de ametralladora para alcanzar las líneas británicas e informarles que la tripulación aún estaba viva y luchando.

En estas circunstancias y teniendo en cuenta que los alemanes disparaban constantemente desde la Colina 35, la situación era desesperada y horrible. Varios hombres de la tripulación del tanque estaban heridos y requerían asistencia médica.  El calor de agosto, el humo, la incómoda ubicación del tanque caído dentro de la trinchera, debió haber sido terrible.

Los otros siete tanques continuaron cada uno con lo suyo, tratando de alcanzar sus propios objetivos. Sin radios, ellos no tenían ninguna idea que le estaba pasando al F-41. A la noche del día 23, las tropas alemanas se precipitaron sobre el tanque tratando de ingresar a él por la escotilla superior, pero los tripulantes, encerrados y sólo con sus revólveres, lograron ahuyentarlos. Los alemanes entonces se empecinaron contra el tanque disparándole constantemente y procurando traspasar la armadura con sus balas.

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Dibujo inspirado en la epopeya del carro de combate “Fray Bentos” en la Batalla de Ypres.

 

La tripulación se aguantó hasta la noche del 24 de agosto y el comandante Richardson ordenó intentar abandonar el carro y llegar a las líneas británicas, lo que consiguieron todos sin perder un solo hombre. Las tropas escocesas estaban alborozadas y maravilladas por la valentía de los tanquistas. El comandante Richardson, ya a salvo en sus propias trincheras, podía ver la infantería alemana como un enjambre alrededor del carro de combate que pronto fue incendiado para inutilizarlo totalmente.

La tripulación del "Fray Bentos" había aguantado durante sesenta horas en tan trágica situación. La tripulación estaba formada por dos oficiales, seis soldados que fueron heridos y uno que fue muerto. Concedieron a los dos oficiales y al muerto la Cruz Militar, y a los demás el DCM y la Medalla Militar.

El ataque total falló. Los otros siete tanques, todos excepto uno, fueron dañados o destruidos y uno se hundió en el fango.

Después de muchas tentativas, la 55a. División finalmente capturó 'Gallipoli' el 20 de septiembre de 1917.

Se da el caso de que existió un sustituto para este carro y se le dio el nombre de “Fray Bentos II”, este si fue capturado por los alemanes y llevado a Berlín para mostrárselo al Emperador y la población civil.

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Imagen del F41 “Fray Bentos II” en las calles de Berlin.

 

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F-41 “Fray Bentos II” tras ser capturado.

Y esta es la historia que os queria contar, de como unos hombres aguantaron dentro de un carro de combate durante 60 horas aguantado el fuego enemigo y el de su propio ejercito.

 

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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Un poco de historia de esos españoles de antaño.
 
Francisco de Ribera era barbudo, alto, de mirada difícil de mantener, provocador nato, dado al altercado fácil, muy “echao palante” y seguro de sí mismo. En una gresca de callejón les había dado el pasaporte a cinco incautos que pasaban por allá. Uno de los que se había tropezado con esta fuerza de la naturaleza había escupido delante de él con tan mala fortuna que el guarro fluido había aterrizado en la bota de este bronco espécimen. Fue más que suficiente.
A uña de caballo tuvo que largarse de Cádiz tras haber pasaportado a su capitán al parecer por una diferencia de faldas. Para que no le echaran el guante y tomar aire fresco en otras latitudes más seguras, metió la quinta. En llegando a Cartagena cogió una balandra rumbo a Sicilia. En cuanto perdió costa a la vista, llenó sus pulmones profundamente y se relajó.
Allá, gobernaba el malogrado Duque de Osuna que con su dinero de bolsillo -una fortuna incalculable- había financiado y de paso aterrorizado en poco tiempo con naves muy marineras y gentes muy bragadas en asuntos de armas, tanto en el hierro como en la pólvora, causando estragos a turcos y piratas de Berbería, o lo que es lo mismo, a cualquier quisque que llevara turbante. Antes de entrar en harina, hay que recordar que este fichaje al que el duque había echado el ojo nada más pisar tierra firme tenía sus buenos antecedentes.
De Ribera ya venía con unas buenas credenciales tras los sucesos de Celidonia. En medio de la canícula veraniega y en uno de los choques más desproporcionados que se han visto sobre los mares, se dio un épico enfrentamiento hacia el 14 de julio de 1616 y además, a domicilio. Tras la paliza de Lepanto, los turcos ya no eran los mismos, estaban un pelín alicaídos. Las guerras Habsburgo-otomanas para controlar el mar Mediterráneo eran como una rueda sin fin, como un bucle interminable, como el día de la marmota para entendernos. Los turcos a pesar del correctivo aplicado allá por el año 1571 seguían dando la chapa a través de sus franquiciados los piratas de Berbería, que ocupaban casi toda la cornisa norteafricana.
Entonces ocurrió que una pequeña escuadra española al mando de Francisco de Ribera en navegación de avanzada en las cercanías de Chipre fue atacada por una enorme flota otomana que la superaba de lejos en potencia de fuego y efectivos. Estaríamos hablando de una relación de doce contra uno y de unas cincuenta galeras contra cinco galeones. El entrenamiento al que sometía el Duque de Osuna a su tropa y marinería, era de una severidad rigurosa. Metidos literalmente en la boca del lobo y sin opciones de fuga, la decisión era obvia y por ello, actuaron en consecuencia. Aquello era literalmente a vida o muerte.En un enfrentamiento extremadamente desigual (por parte española no superaban entre marinería, artilleros y mosqueteros los 1.600 hombres) mientras que los anatolios eran más de 12.000, la suerte de las armas sonreiría a aquellos magníficos soldados. Todo hay que decirlo, el Duque de Osuna pagaba regularmente y pagaba mucho mejor que su señor el rey. Exigía, sí, pero a cambio daba.
Tras haber peinado toda la zona aledaña a la parte este de la isla de Chipre y haber dado buena cuenta de docenas de capturas de pequeños mercantes navegando con costa a la vista -los llamados caramuzales- la captura de un patache procedente de Constantinopla los había puesto en alerta sobre la que se les venía encima. El sultán les enviaba toda una escuadra a petición del gobernador de Famagusta, a la sazón, la capital de Chipre. Rivera no era de los que se arredraba y además, tenía a bordo de los cinco galeones un millar de arcabuceros con ganas atrasadas. No hay que olvidar que los españoles tenían una ventaja muy importante más allá de la excelente preparación exigida por Osuna.
Los galeones, con sus amuras de alto bordo, no solo eran unas excelentes plataformas para los tiradores, sino que además exhibían la artillería que a la postre sería el certificado de defunción de los subidos turcos. Por lo tanto, ni corto ni perezoso, se dispuso a esperar a aquella banda de jenízaros como quien no quiere la cosa. Y así fue. Durante dos días consecutivos, los hijos de Allah lo intentaron todo. Formaciones de media luna, de cuarto creciente y de cuarto menguante -estas últimas se les dieron de miedo-. Buscaban ángulos muertos, pero la artillería de los galeones parecía estar de prácticas. Aquello era una carnicería en toda regla. Cuando la tropa española tiraba una andanada, había un griterío infernal entre el bosque de galeras. Cada tiro era un blanco garantizado. Y luego, a continuación, venía la sinfónica de los arcabuceros.
Cualquiera se habría arredrado ante aquella ingente masa de turbantes vociferando, pero Ribera era de una madera muy especial y sus hombres tenían una fe ciega en él. Como resultado de aquella gresca a gran escala la flota turca se vería inmersa en enormes pérdidas. Una decena de galeras fueron tragadas literalmente por el mar, y más de una veintena, desarboladas o dañadas seriamente. En el balance se calcula a ojo de buen cubero que los otomanos perdieron más de un millar de sus tropas de elite, los jenízaros, cerca de dos mil marinos, y lo más trágico, casi otro millar de galeotes presos de sus cadenas. Ribera seria promovido al grado de almirante por el propio rey Felipe III,
Este marino era hijo de Toledo y vio la luz por primera vez allá por 1582. Huérfano e hijo de hidalgo, sin recursos con los que hacerse valer, solo le quedaba el camino de la milicia para ser alguien. En aquel tiempo era así, no había muchas alternativas. Fueraparte de los duelos y peleas de taberna, el chico apuntaba maneras
y su tropa, agasajada como héroes además de recibir un generoso estipendio. En Sicilia y a las órdenes del Duque de Osuna, este, que vio la proyección de aquel alférez en busca de gloria, le daría el mando de un galeón recién salido del astillero de Siracusa con 18 piezas de artillería por banda. Todos los enrolados en aquel bajel tenían poco de escrupulosos y eran gente de brío y decidida. De esta guisa, el Mediterráneo comenzaría a temblar. Francisco Ribera siempre tenía plan A y B. Todos los hombres a sus órdenes iban armados hasta los dientes: arcabuz, pistolón, hierro en abundancia y navaja, por si acaso. La verdad es que de argumentos andaban sobrados.
Tras un lance fortuito en el que se vieron envueltos en una trifulca al sureste de Nápoles, Ribera y su galeón entraron en astilleros para reponerse tras un duro combate con varias galeras de Berbería. Sus informadores –casi todos eran pescadores de bajura–, les advirtieron que los asaltantes tunecinos se habían dado a la fuga hacia la Goleta y dicho y hecho, se fueron en dirección a la boca del lobo. A este campeón no es que le faltara iniciativa, al revés, la tenía a raudal
De forma audaz y sorpresiva, el galeón español de Ribera entró en la Goleta, puerto natural de Túnez desde la época de los cartagineses y, bajo el asombro de los allí presentes, que no creían lo que estaban viendo, se cepilló cuatro buques corsarios con cuarenta piezas cada uno estallándolos con sendos barriles de pólvora colocados en la sentina cada uno por debajo de la línea de flotación. De una tacada enviaron al paraíso con vuelo directo a retozar con las huríes a más de un centenar de moritos, al otro centenar los echaron por la borda sin más preámbulos. Cuando desde la fortaleza se pusieron un poco pesados con la artillería, se largaron sin más.
Pero el galeón de Ribera había sido tocado seriamente y Sicilia estaba a cierta distancia. Más de cuarenta impactos habían hecho mella en el casco de la nave y para mejor navegar hubo de deshacerse de la más pesada de las presas que remolcaba. Finalmente, conseguirían llegar a Trápana con tres de las cuatro presas, recibidos con asombro general. El duque de Osuna, admirador impenitente de Ribera, elogió aquella increíble hazaña extendiendo al rey una petición para promoverlo al empleo de capitán. El caso es que el cicatero monarca Felipe III al igual que solia hacer su padre, se desentendió del tema alegando que la cuestión era competencia del Duque de Osuna.
Según cuenta el historiador Fernández Duro, el Duque de Osuna tenía una visión estratégica muy avanzada, pues entendía que por naturaleza, España era una nación eminentemente marítima, tan insular casi como Gran Bretaña. Lamentablemente, los melifluos cortesanos abanicaban las decisiones del rey Felipe III según demandara el momento. El cúmulo de victorias que constan en el albarán de Francisco de Ribera merece un reconocimiento más allá de las fronteras del tiempo. Es sabido que era un marino atípico y poco convencional, pero me pregunto: ¿Y un nicho en el Panteón de Marinos Ilustres? No estaría nada mal… La historia española es tan desconocida como ingrata y sorprendente.
 
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Anecdotas Legionarias 14

El loro de Smara y el Ministro.

En agosto de 1974 el Ministro del Ejército, el teniente general Francisco Coloma Gallegos y Pérez realizaba una visita de inspección por el Tercer Tercio, desplazándose a Smara para ver a la VII Bandera.
Tras la correspondiente rendición de honores, exposiciones, visita a instalaciones, llegó el momento de tomarse un refresco en el bar de Oficiales.
El Loro de Smara vivía en el citado bar y de vez en cuando le daba por silbar de carretilla todos los toques militares como si fuera un cornetín de órdenes. Del mismo modo también recitaba frases en las que se incluía de todo, pero también insultos y palabras poco decorosas.
Por una de esas casualidades que en ocasiones nos brinda el azar, poco antes de entrar el Ministro al bar el loro había empezado con las marchas militares y al cruzar la puerta el general coincidió precisamente con el inicio de la "Marcha de Infantes". El Ministro no se lo podía creer, ¡qué maravilla!, ¡qué perfección!, todo eran alabanzas por haber logrado que un simple animal fuera capaz de sustituir al cornetín de órdenes, no ya solo por lo bien que lo imitaba, pues no se notaba la diferencia, sino por obedecer las órdenes de inicio del toque en el momento preciso justo al aparecer por la puerta, al igual que ocurriera momentos antes cuando ante las unidades formadas subía al podium para la rendición de honores.
El loro tras la "Marcha de Infantes" había dejado de silbar y todos los presentes escuchaban en silencio y respetuosamente las palabras eufóricas del Ministro. Finalizadas éstas, el loro que no distinguía bien los empleos pero sí el caqui del verde, con voz potente dijo:
– “¡Pistolo, Cabrón!”
Nadie de los presentes, ni el propio Teniente General pudo aguantarse las risas y carcajadas. Coloma que había mandado el Tercio Don Juan de Austria en la primera época del Sahara se lo tomó a bien y dijo:
– "¡Estas cosas solo ocurren en la Legión!".

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Anecdotas Legionarias 13.

Aqui os pongo otra anecdota más.

 

EL “HUMVEE”, LA RUEDA Y LOS COJONES

El día había empezado mal para la Sección cuando en la papeleta del servicio diario les tocó salir se escolta de protección de un “pez gordo”, algún político de visita, algún altísimo mando militar o algún mandamás de la organización cuya boina azul (o casco en este caso) portaban los soldados que desde muy temprano revisaban los motores de los “Bemeerres”, los fusiles, las municiones, los chalecos y demás equipo. Andaban todos jodidos y enfurruñados pues resultaba que el “pájaro” de turno había solicitado que a la escolta española, asignada por ser aquella nuestra zona de responsabilidad, se sumasen un par de vehículos norteamericanos.
Debió ser que el personaje en cuestión vería nuestros flamantes Nissan Patrol entoldados y diría que allí se montase Rita, que él quería uno de aquellos modernísimos y bestiales todo terrenos yanquis, los Hummer.
Así que el convoy sale desde Jablanica dirección norte , en dirección a un pueblo que se llama Gorni Vakuf y dónde se daban de hostias unos y otros sin descanso ni miramientos, y los españoles allí en medio, toma valle del Neretva y la madre que lo parió.
La cosa marcha como siempre, que si disparan a los vehículos, que si por allí caen bombazos de mortero, que si ojo no asome vuecelencia la gaita, hasta algún camarada es herido y curado sobre la marcha y “tira pálante, que esto no es ná cohones”
Avanzan los vehículos por la difícil carretera y los que van dentro de los Nissan miran con mucha envidia las puertas de sólida chapa de los “Humvees” y luego acarician la lona del vehículo español, “Toldos Cuenca” pone en un cartelito, y con la vieja resignación hispana y el no más viejo humor se descojonan de la risa:

- Pos no tienen que llevá caló ni ná ésos ahí metidos.
- Yo prefiero el Nissan.
- ¡Donde va a comparar compadre!


Y los hombres que van en la caja, clavándose el afuste de la radio, los hierros de la lona y sujetándose con las rodillas como pueden sonríen y reparten tabaco entre ellos, justo cuando un pepinazo cae cerca y hace que la lona del vehículo se estremezca y los hierros suenen que ni una bailaora en un tablao de Sevilla:
.¡Taclataclaclactlaclaclacclac!- con las suspensiones rebotando y el teniente que va delante acordándose de los japoneses, del ministerio y de la madre que parió a encargado de compras y material.
Entonces de repente el convoy se detiene, se activan las alertas, se despliegan los hombres, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?...
Resulta que a uno de los vehículos norteamericanos se le ha pinchado unos de sus neumáticos, gordos, sólidos y teóricamente semiblindados.
Allí está el caucho desparramado sobre el asfalto y el conductor mirándolo con cara de no saber siquiera que el cacharro aquel tenía ruedas. Dentro un oficial yanqui agarra la radio y empieza a transmitir coordenadas y novedades, se le ve muy serio y compungido:

- ¡Houston, tenemos un problema…!

El oficial español que parla inglés que le escucha y comunica al convoy la noticia de que hay que esperar pues los norteamericanos han solicitado, “por avería grave” el cambio de vehículo y están preparando en su base el helicóptero, un “Chinuk” nada más y nada menos, para los legos en materias militares el helicóptero en cuestión es ése negro y enorme de dos rotores y del que suelen colgar cosas como camiones o cañones:

- ¿Y cuanto hay que esperar mi teniente?- pregunta un legionario con barba de varios días, descamisado y con el chaleco antifragmentos abierto, se le ve al hombre cansado, con ojeras y como se dice en España, hasta los mismos cojones.
- Pues un par de horas lo menos… Mientras preparan y arrancan y pitos y flautas…
- ¡vaya putada mi teniente!, hoy había celebración de cumpleaños del cabo Rogelio…
- ¡Es verdad!, pero hay que joderse, ya sabéis, España nos mira y eso…
- ¿Y por qué no cambian la rueda mi teniente?


La pregunta es tan obvia que resulta casi estúpida, pero todos se miran asombrados y se ponen en pie, sonrientes. ¡Seremos gilipollas!, se dicen y el teniente que parla hereje les dice a los norteamericanos que oye, que eso que cuelga del bastidor es otra rueda y que se pone sustituyendo a la otra y listo.
Pero los yanquis se miran unos a otros con cara de haba:

- ¿What?
- ¡Que la rueda desnortaos!


Pero los soldados yanquis no mueven un músculo. Y las horas empiezan a pasar lentas, muy lentas, y los legías venga mirar el reloj y en la base el cabo Rogelio destapando la primera botella de “Yonigualquer”, y entonces se levanta uno, flaco, desgarbado, con un cigarro entre los labios y se queda mirando la rueda pinchada:

- ¡Mi teniente permiso pa cambiar la rueda!
- Estos no traen la llave de ruedas de pulgadas.
- Eso lo arreglo yo si me da usted permiso…

El teniente se acerca al oficial aliado y le comenta el plan, que esto lo arreglamos nosotros y así nos quitamos de esa posición tan expuesta y tal y tal. El otro accede no sin antes advertir al oficial español la diferencia de medida entre ellos y los atrasados europeos que usan el sistema métrico decimal y que por tanto las herramientas que traen en dotación los españoles no sirven:

- ¡Nema Problema amigo!, en dotación los españoles traemos también el ingenio- dice sonriente el español, a su espalda se oye un grito anónimo.
- ¡Y los cojones mi teniente!

El legionario flaco y con cara de pícaro agarra una llave fija de medida superior al tornillo del “Humvee”, luego con un destornillador plano ocupa el espacio que quedaba y empieza a apretar con fuerza. Los norteamericanos se quedan patidifusos cuando se escucha el seco ¡Clac! del primer tornillo cediendo:

- ¿WHAAAATTTTT?

Y más de piedra se quedan cuando los compañeros del legionario se turnan para aflojar los tornillos del vehículo, meter el gato de un Nissan, que apenas puede levantar al mastodonte americano, quitar el neumático pinchado y poner el otro.
Los norteamericanos no ha dejado de tomar notas en ningún momento, todos con sus lapicitos y cuadernitos con el sello del US ARMY. Y mientras el “pez gordo” que ha visto toda la operación sin abrir la boca decide que el viaje de regreso lo hará en uno de aquellos destartalados Nissan españoles que serán más inseguros e incómodos, pero que seguramente le llevarán a donde quiera ir sin tener que esperar un helicóptero, no porque resulten mejores vehículos, todo lo contrario, sino porque resulta que los tíos aquellos mal afeitados, mal encarados, que rumiaban en español palabras que al “pez gordo” le sonaban fatal, resulta que son los más avispados soldados de toda la unprofor, los únicos capaces de sacarle de un atolladero con un destornillador y una llave grande.
Y así el convoy regresa sin más novedad a la base y sin más bajas que una rueda semiblindada de “Humvee” tirada en una curva de la M-16 cerca del pueblo de Gorni Vakuf, en el valle del Neretva. Seguro que si la rueda es española, allí no se queda.
Y el cabo Rogelio pudo celebrar su cumpleaños junto a sus camaradas que se pegaron toda la noche partiéndose el pecho de risa mientras se imaginaban el “Chinuk” a medio camino recibiendo la noticia:

- Charlie uno, Charlie uno, aquí base…
- Aquí Charlie uno, cambio…
- Regrese de inmediato, misión cancelada, cambio…
- ¿Motivo?
- Un soldado aliado que según mensaje recibido del mando español “estaba hasta los cojones de esperar”
- Ok, Roger, regresando a base, Charlie uno cierro…
(Relato basado en hechos reales ocurridos durante el servicio de la AGT CANARIAS en Bosnia y Herzegovina entre abril y octubre de 1993).

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Tal día como hoy, pero de 1557. El explorador y marino Juan Ladrillero zarpa de Valdivia (Chile) y alcanza la Isla de la Desesperación antes de adentrarse en el Estrecho de Magallanes.
“En miércoles diez y siete de Noviembre de mil y quinientos cincuenta y siete años, partió á la armada de S. M. del puerto de la ciudad de Valdivia en demanda y descubrimiento del estrecho por mandado del Illmo. Sr. Gobernador don García Hurtado de Mendoza en la cual dha. Armada pa. Hacer el dho. Descubrimiento envia al capita Juan Ladrillero y para su ayuda al capitan Francisco Cortes Hogea con dos navios é un bergantin el cual descubrimiento es por la parte que el capitan Magallánes salió del dho. estrecho el año de 1520 en demanda de las islas de Maluco ó Maloca que son en la Asia y tierra de especería”.
Así comienza el apasionante relato del escribano Miguel de Goicueta, navegante de la San Sebastián, que junto a la nave San Luis, y bajo el mando de Juan Ladrillero compartieron la aventura. Miguel de Goicueta, acota que el relato está basado en la experiencia vivida a bordo de la San Sebastián, debido a no tener constancia de lo registrado en la San Luis, de la que solo obtuvo “ligeros extractos”. Tal detalle se debe a que las tempestades separaron a ambos navíos.
Efectivamente, El 17 de noviembre de 1557, con una tripulación de sesenta hombres a bordo de las naves "San Luis" y "Sebastián" y un bergantín, emprendieron el viaje desde el puerto de Valdivia. A poco de iniciada la navegación el bergantín desapareció y días después un temporal dispersó las otras dos naves, que no volvieron a encontrarse. La "San Sebastián", al mando de Cortés Ojea, trató de internarse en el estrecho, pero los embates del mar y el vapuleo en el intrincado archipiélago castigaron duramente la nave, a tal punto que decidieron regresar. Con la embarcación en muy mal estado recalaron en una isla desconocida. En dos meses con los restos de la nave construyeron un lanchón al que llamaron "San Salvador"; en él lograron, después de un penoso viaje, arribar a Valdivia. Los sobrevivientes informaron que la nave capitana "San Luis" había desaparecido y dieron por seguro su naufragio. La falta de información hizo que se divulgara que el estrecho se había cerrado, lo que dio lugar a distintas versiones sobre el fenómeno natural que había podido causar semejante cataclismo, pero mientras se difundía toda clase de rumores, inasequible al desaliento, Ladrillero navegaba por los intrincados canales que abundan en la región austral.Después de explorar la mitad del estrecho se detuvo en un puerto natural que denominó "Nuestra Señora de los Remedios", donde permaneció durante cerca de cinco meses -de marzo a julio de 1558-.


Ladrillero, con suficientes méritos para seguir los pasos del marino y navegante portugués Hernando de Magallanes, halló sin embargo en su viaje un fiordo en lugar del ahora famoso estrecho, por lo que decidió llamarlo Última Esperanza. Posee dos comunas, Puerto Natales y las famosas Torres del Paine, uno de los enclaves turísticos más cotizados de la Patagonia chilena por su Parque Nacional, donde su montaña cumbre alcanza los 3050 metros sobre el nivel del mar.Se trata de la puerta de entrada a la vasta Antártida, una ciudad y terminal marítima ubicada a más de tres mil kilómetros de Santiago, calificada también como la capital de la Patagonia Austral. Desde allí aparecieron en el horizonte los lugares más remotos del orbe. Primero, Cabo Froward, donde está la gigantesca Cruz de los Mares, considerado el punto más austral de la masa continental de América. Y después el Islote Aguila, en el archipiélago Diego Ramírez, punto más meridional de América y, naturalmente, Cabo de Hornos, en la Isla de Hornos y archipiélago de Tierra del Fuego, cuya capital es Puerto Williams.
El 22 de julio prosiguió viaje y el 9 de agosto llegó a la boca oriental del estrecho, de la que tomó posesión en nombre del rey de España. Allí se estableció un tiempo sin pasar al océano Atlántico y trabó relación con unas tribus de aborígenes. Después de una corta estancia decidió emprender el regreso.
A pesar de las penurias que debieron soportar, en su diario de viaje Ladrillero relevó prolijamente los canales, los detalles de las costas y las características geográficas de la región, sus recursos y población, todo con datos muy útiles para el conocimiento del estrecho, aunque sin relatar en detalle las circunstancias de la exploración. De lo que no hay dudas es de que su gran experiencia como navegante contribuyó al éxito del viaje, que demostró el valor estratégico del brazo de mar que permitía unir los dos océanos e incorporar nuevos territorios para la Corona, aunque lamentablemente no eran aptos para proyectar nuevas fundaciones por la aridez de las tierras y las hostiles condiciones climáticas.
La expedición tuvo un fin trágico. La "San Luis" regresó a poco más de dos años de su partida, el 15 de enero de 1559, con menos de la mitad de los tripulantes que la habían iniciado, muchos de quienes murieron por enfermedades o agotamiento pocos días después de anclar en Valdivia. Ladrillero y dos marinos lograron sobrevivir a las consecuencias de tan penosa tarea cumplida. De esta manera quedó desvirtuado el mito acerca del cerramiento del estrecho. Las autoridades españolas trataron de no desmentirlo con el propósito de espantar a los piratas de todas las banderas que, sin dudas, tenían la intención de saquear las naves españolas que navegaban en el Pacífico.
Juan Ladrillero demostró que la navegación del Estrecho de Magallanes podía llevarse a cabo en sentido opuesto al que hasta entonces se había hecho. Se lo considera, después de Hernando de Magallanes, el segundo descubridor, por ser el primero que hizo la doble travesía del entonces más accesible paso que unía las aguas del Atlántico y el Pacífico.
El personaje desconocido
Juan Fernández Ladrillero nació en Moguer, España, en 1505. Desde muy joven se interesó en los estudios cosmográficos y astrológicos y se dedicó asimismo a la navegación, campo en el que más se destacó. Se estableció en Nicaragua, donde se dedicó a la construcción naval sin dejar de navegar, de tal manera que a los 30 años había cruzado el Atlántico en veintidós ocasiones. Posteriormente se trasladó a Perú, donde participó en la guerra civil que protagonizaron los Pizarro y contrajo matrimonio con doña Francisca de Cabrera en la ciudad de La Paz para finalmente llegar a Chile junto al gobernador Hurtado de Mendoza en 1557 que entre sus proyectos tenía la intención de reconocer la boca occidental del Estrecho de Magallanes. Al igual que Valdivia, su antecesor, tenía conciencia del valor estratégico del estrecho y, a pesar de los fracasos de las expediciones anteriores, ordenó acometer la empresa.
Ladrillero – muy recordado en el Chile actual - es uno de los navegantes y expedicionarios más injustamente olvidados por la Historia de España. Valgan estas breves líneas para hacer honor a su memoria

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Tal día como hoy, pero de 1769, en los actuales Estados Unidos de América, el explorador español Gaspar de Portolá descubre la Bahía de San Francisco. Curiosamente la bahía de San Francisco apareció en las crónicas y en las cartas de navegación dos siglos antes de ser descubierta. La leyenda de la existencia de un gran refugio en el Septentrión Novohispano alentó expediciones y recreó mitos en la cartografía. Sucesivas expediciones por mar buscaron sin éxito el misterioso enclave que los mapas recogían sin demasiada definición
De entre los muchos españoles que dejaron su huella indeleble en la épica conquista de Norteamérica, hay uno que, quizás más olvidado que los otros, administró con sabiduría para su rey una extensión de más de un millón de kilómetros cuadrados en el balcón del Pacifico, hoy llamado California y en su tiempo configurada casi íntegramente por la Baja y la Alta California .
Cuando llegó a México hacia 1764, Gaspar de Portolá era ya un experimentado militar curtido en Italia y en la campaña de Portugal durante la Guerra de los Siete Años, conflicto en el que, inicialmente y para variar, estaban enzarzadas una vez más Francia e Inglaterra.
Discreto, eficiente, humilde y buen funcionario en toda la extensión de la palabra, este hombre era un compendio de virtudes que aunaba bajo un uniforme militar los mejores valores. Para el monarca, era un súbdito leal y de confianza probada. Este soldado leridano, compañero y amigo fiel de Fray Junípero Serra, fue enviado por el marqués de Croix, virrey de Nueva España, al mando de un regimiento para pacificar la región de Sonora hacia el año del Señor de 1767
En 1542 el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco organizó una expedición para efectuar reconocimientos en la costa exterior californiana con el fin de demarcarla. Se designó al piloto Juan Rodríguez Cabrillo para dirigir la empresa. A bordo del San Salvador y el Victoria, Cabrillo partió el 27 de junio de 1542 hacia el norte de la península californiana.
Aunque la expedición de Cabrillo tuvo que navegar frente a sus costas, bien por la bruma, bien por la oscuridad nocturna, la bahía de San Francisco no fue vista por los tripulantes del San Salvador pero sí se había conseguido ampliar el saber geográfico y poner sobre los mapas las costas de la que será titulada como Alta California, así como descubrir la Bahía de San Diego.
A finales del siglo XVI, los objetivos de la Monarquía en el Pacífico Septentrional se concentraban en la ocupación de las Filipinas; campaña que pudo consumarse con el descubrimiento de la ruta de tornaviaje por Andrés de Urdaneta (1565) y la instauración de la ruta Manila-Acapulco (1568) con el célebre Galeón de Manila. Desde entonces, el Noroeste adquirió un nuevo interés para España: la preservación de tan importante ruta comercial. Las autoridades temían que la costa se convirtiera en refugio de saqueadores que trastocasen la ruta comercial atraídos por el tránsito del galeón de Manila. Las sospechas se confirmarían con la entrada en escena de los corsarios Francis Drake (1578) y Tomas Cavendish (1587)
Se sabe que Drake estuvo fondeado por allí. La localización exacta del puerto donde ancló el capitán Drake ha sido asunto de controversia y varios emplazamientos han sido propuestos como el punto donde fondeó el Golden Hind y donde se dice que Drake colocó "un gran poste en el que clavó una moneda de seis peniques" dedicando aquella tierra a la reina de Inglaterra.
Las narraciones que se sucedieron tras su regreso a la Gran Bretaña dieron cuenta de aquel amarre, pero sin aclarar la ubicación precisa del estratégico puerto. Las autoridades sajonas habían decidido iniciar una campaña de confusión, mediante la transmisión de contradictorias referencias espaciales. Las noticias del itinerario y del puerto de Drake, en lo que se llamó Nueva Albión, se propagaron rápidamente por Europa y los impresores actualizaron los nuevos mapas. La maquinaria propagandística británica funcionó y, a comienzos de 1580, el holandés Nicola van Sype grabó la primera carta con la ruta de circunnavegación de Drake en donde aparece por vez primera el topónimo Nova Albión. Jodocus Hondius, imprimió en 1595 un mapamundi con los viajes de Drake y el posterior de Cavendish, consagrando el genérico de Nueva Albión para la Alta California y exagerando una generosa bahía como fondeadero del corsario
A finales del siglo XVI, el indeterminado lugar donde Drake y sus hombres "permanecieron durante un mes y medio, haciendo acopio de madera y agua, carenando igualmente el barco”, se había convertido en una leyenda y en un problema para la Corona española que se sintió amenazada en el Pacífico y hubo de emprender una campaña de consolidación y defensa de sus posiciones en el Océano.
La estrategia consistió en explorar y demarcar la costa, mejorando los mapas para impedir accidentes y naufragios; buscar puerto para dar descanso y proveer de agua y alimentos a los galeones de la ruta de Manila y encontrar un lugar en la costa apropiado para edificar un presidio de refugio y defensa.
La presencia de José de Gálvez en el Noroeste fue esencial para la organización de las expediciones (dos marítimas y dos partidas terrestres) que tuvieron como objetivo principal la ocupación de los dos puertos recomendados por Vizcaíno a principios del siglo XVII: San Diego y Monterrey con el objetivo de consolidar la presencia española en la Alta California y así evitar el desembarco de colonos ingleses y rusos. La llegada al primero no revistió problemas, ya que San Diego fue fácilmente identificado (por el ya mencionado Rodríguez Cabrillo). En cambio, no ocurrió lo mismo con Monterrey, por las escasas y equívocas señales con las que se había descrito.
José de Gálvez lo eligió para comandar la expedición militar que ocupó San Diego y Monterrey en 1769 y 1770, primer capítulo de la colonización española de la Alta California. Dicha expedición estaba dividida en dos secciones: una marítima (con dos barcos, el San Antonio y el San Carlos, que navegaron de forma separada) y otra terrestre. Esta última también se dividió en dos partes: la primera estaba mandada por el capitán de la Compañía de cuera de Loreto Fernando de Rivera y Moncada. Llevada en su compañía al franciscano Juan Crespi, al pilotín José Cañizares, veinticinco soldados y numerosos indios de las misiones jesuitas. La segunda fue mandada por el gobernador Portolá, llevando en su compañía a fray Junípero Serra y al sargento José Francisco de Ortega. También formaban parte de la expedición varios soldados de cuera, criados e indios de las misiones, que guardaban las numerosas mulas que transportaban los víveres y otras cargas.
El grupo, que había salido de Loreto el 9 de marzo de 1769, siguió los pasos de la primera partida, alcanzando el puerto de San Diego el 29 de junio. Portolá y Serra se unieron con todos los expedicionarios de tierra y mar, aunque numerosos marinos estaban postrados a causa del escorbuto y varios sirvientes de las partidas terrestres habían huido durante el tránsito por la península de Baja California. Sin embargo, decidieron que un grupo prosiguiera las exploraciones para buscar el puerto de Monterrey, viaje que realizaron entre el 14 de junio y el 24 de enero de 1770
La última expedición salió hacia la Alta California el 21 de mayo de1769. La dirigía el primer gobernador de California don Gaspar de Portolá Rovira que fue nombrado comandante general de las expediciones. Fray Junípero Serra viajó con esta partida que marchó hacia el Norte, pensando que podría encontrar la verdadera bahía de Monterey, o en su defecto, la Bahía de San Francisco de Cermeño
Gaspar de Portolá no localizó el puerto de Monterrey y pasó de largo en dirección a lo que luego serían Santa Cruz y San Francisco. El 1 de noviembre de 1769, los expedicionarios terrestres describieron:
Divisamos desde la cumbre una Bahía Grande formada por una punta de tierra que salía mucho la Mar áfuera y parecia Isla, aserca de lo cual se engañaron muchos en la tarde antecedente. Mar afuera como al Oeste noroeste respecto a nosotros, desde el mismo sitio al Sudoeste de la misma punta, se divisaban siete Farallones blancos de diversa Magnitud. Siguiendo la Bahía por el lado Norte, se distinguían unas barrancas blancas, y tirando así al Nordeste se veía la boca de un Estero que parecía internarse la tierra adentro.
El 2 de noviembre un grupo de avanzada llegó a la cima de una colina y vio ante sí una gran extensión de agua. La expedición de Gaspar de Portolá Rovira acababa de descubrir la imponente bahía de San Francisco. En un primer momento no fueron conscientes de la magnitud de su encuentro; los exploradores lo identificaron con la bahía de Cermeño pero el puerto que al que acababan de llegar iba a ser mucho más trascendente a los intereses de la Corona que lo que la bahía de Monterrey jamás podría haber sido. Por su hermosa armonía, la abundancia de agua potable, leña y lastre, el clima frío, saludable y libre de las molestas nieblas, y la docilidad y afabilidad de los numerosos indios que encontraron, era un lugar más que perfecto para un asentamiento.
El 17 de septiembre de 1776 se establecía el Presidio, días después el padre Francisco Palóu consagraría la Misión a San Francisco de Asís El "Gran Puerto de San Francisco" como pasaría a conocerse la escondida bahía, fue definitivamente puesto sobre el mapa para orgullo de la Corona española y aunque las amenazas extranjeras continuarían truncando la calma del Pacífico, el soñado puerto se convirtió en la pasarela necesaria al Norte y a las Filipinas.
Como curiosidad hay que añadir que en la misma exploración en la que se descubrió la bahía de San Francisco, el padre Juan Crespí, cronista de la expedición, anotó la existencia de unos "árboles muy altos de color rojo" que recordaban a los cedros. "Estos árboles son muy numerosos en la región", proseguía Crespí. Como nunca se habían observado especímenes de esa especie, fueron bautizados escuetamente como "palos colorados", equivalente a "troncos rojos", denominación que luego dio origen el inglés "redwood".
La escueta anotación es la primera prueba documental del avistamiento por parte de europeos de secuoyas, o más concretamente de secuoya roja o de costa (Sequoia sempervirens). La primera descripción científica del árbol no llegaría hasta 1791, de manos del botánico checo Tadeas Haenke, científico a bordo de la histórica expedición Malaspina. Bajo una se esas secuoyas estableció Portolá un campamento durante la expedición denominando al lugar Palo Alto – actual capital de Sillicon Valley- en el Condado de San Mateo junto al llamado Portola Valley, lugares todos ellos que conservan en la actualidad el nombre de Portolá en lugares históricos, calles y colegios.
La expedición de Gaspar de Portolá estableció un campamento al pie de una inmensa secuoya que fue bautizada como el Palo Alto, denominación que con posterioridad dio nombre a la ciudad de Palo Alto y que perdura en nuestros días.
Posteriormente, la llegada de bastimentos a San Diego en el paquebote San Antonio el 23 de marzo, capitaneado por Juan Pérez, animó a Portolá a emprender nuevamente la búsqueda, esta vez por mar y por tierra. El resultado fue afortunado, tomándose posesión del puerto de Monterrey el 3 de junio de 1770. Siguiendo con las órdenes reales, se fundó un presidio y una misión bajo la advocación de San Carlos Borromeo.
Concluidos los trabajos, Gaspar de Portolá dejó el puerto de Monterrey el 9 de julio en compañía del ingeniero Miguel Constanzó y llegó a San Blas el 10 de agosto de 1770 a bordo del paquebote El Príncipe, comandado por Juan Pérez. En su lugar dejó al teniente Pedro Fages al frente del presidio de Monterrey. El rey le otorgó el grado de teniente coronel el 5 de enero de 1771 en atención a sus servicios. Carlos III lo nombró gobernador de Puebla de los Ángeles (actual Los Angeles) el 9 de junio de 1776 con 4.000 pesos de sueldo. Además, el monarca lo ascendió a coronel de dragones por real cédula del 28 marzo de 1777. La hoja de servicio señala que: “desempeña lo que se le manda y tiene valor y conducta”.

 

2-11-2018

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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Cuando los españoles peleaban todos.

"Alguien dijo, o escribió, que en aquellos tiempos famosos y terribles los españoles peleabamos todos, desde nobles hasta labriegos. Y era cierto. Unos lo hicimos por hambre de gloria y dinero, y otros por hambre de verdad: por sacudirnos de encima la miseria y llevar un trozo de pan a la boca. En los campos de batalla de medio mundo, desde las Indias a las Filipinas, el Mediterráneo, el Norte de África y Europa entera, contra toda clase de naciones bárbaras o civilizadas, peleamos hidalgos y campesinos, bachilleres y pastores, caballeros y pícaros, amos y criados, soldados y poetas. Pelearon Cervantes, Garcilaso, Lope de Vega, Calderón, Ercilla. Peleamos sin descanso en los Andes y en los Alpes, en las llanuras de Italia, en la altiplanicie mexicana, en la selva del Darién, a orillas del Elba, el Amazonas, el Danubio, el Escalda, el Orinoco, en las costas de Inglaterra, en Irlanda, Lepanto, las Terceras, Argel, Orán, Bahía, Otumba, Pavía, la Goleta, el canal de Constantinopla, el Egeo, Francia, Italia, Flandes, Alemania. En todas las tierras y climas próximos o lejanos, bajo nieve, sol, lluvia o viento, huestes de españoles pequeños y recios, barbudos, fanfarrones, valerosos y crueles, hechos a la miseria, el sufrir y las fatigas, con todo por ganar y sin otra cosa que perder salvo la gorja, unos musitando una oración, otros con los labios mudos y los dientes apretados, y otros renegando a cada paso de Cristo, de los oficiales, de los trabajos y de la misma vida en todas las lenguas de España, amotinados a trechos y con las pagas atrasadas o sin ellas, seguimos a nuestros capitanes bajo las rotas banderas, haciendo temblar al mundo entero."

Íñigo Balboa en El Puente de los Asesinos, VII Libro de Las Aventuras del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte.

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"Di a tus hijos que hoy es el día de La Patria. En el cole les enseñarán a celebrar Halloween, carnaval o el día de la paz, pero no el día de su Patria. Cuéntales que no es sólo un día de fiesta. Que es el día de España.
Diles que estamos aquí desde hace milenios. Que éramos tan tercos que preferíamos morir a ser esclavos. Háblales de Numancia y Sagunto. De la “Devotio ibérica”. De cómo el honor y la lealtad ya eran nuestra divisa hace más de 2000 años.
Cuenta a tus hijos que hemos pasado siglos peleando contra el invasor. Que cada palmo de la tierra que pisamos se ganó luchando. Y que aquellos que cayeron combatiendo no morirán nunca.
Háblales del Cid, de Guzmán el bueno, de don Pelayo, del Gran Capitán, de Hernán Pérez del Pulgar, de Isabel la Católica…
Cuéntales que fuimos capaces de conquistar otro mundo. Y que lo llamamos Nueva España. Que peleamos contra ejércitos de guerreros de leyenda en su propia tierra. Y que vencimos. Que derrotamos a aquellos que usaban a otras tribus como ganado y masacraban a sus esclavos en altares. Y cuéntales que allí construimos universidades, hospitales y catedrales. Que les llevamos nuestro idioma y nuestro arte. Enséñales a no creer las mentiras que inventaron aquellos que siempre nos odiaron para encubrir sus propios crímenes.
Habla a tus hijos de Hernán Cortés, de Francisco Pizarro, de Mencía Calderón, Hernando de Soto, Ponce de León, Núñez de Balboa… Cuéntales que lanzamos expediciones por todo el mundo. Que buscábamos aventura y conocimiento. Y que llevamos nuestra cultura, nuestros valores y hasta vacunas gratis.
Háblales de Velázquez, Ribera y Murillo. De Lope y Garcilaso. De Quevedo, Calderón y Cervantes. Háblales de los Héroes del Dos de Mayo, de María Pita, de la monja alférez… No dejes que olviden a qué pueblo pertenecen. Que fuimos un imperio donde no se ponía el sol y que el mundo fue una selva de picas españolas. Háblales de nuestros Tercios victoriosos. Diles que fuimos el escudo de Europa. Que defendimos nuestra cultura cuando todo eran enemigos.
Enséñales que haría falta una vida para contar todas las gestas de España y que cada latido del corazón nos recuerda que llevamos la misma sangre de aquellos que dieron su vida por España. Que renegar de la patria es tan miserable como despreciar a una madre. Que ser español es un orgullo y que nuestra forma de vivir ha de hacernos dignos de tal honor.
Di a tus hijos que hoy es el día de La Patria. "

Texto de Ana Pavón Trujillo

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Anecdotas Legionarias 12.

Aqui os pongo una anecdota más:

EL SUBOFICIAL BOTIJO:

En la guerra de Marruecos de los años 20, "los legionarios ascendieron a un botijo al rango de suboficial".
‘El Telegrama del Rif’. En el número del 10 de marzo de 1922 se relata la anécdota acontecida durante la guerra contra las tropas de Abd el-Krim, menos de un año después del Desastre de Annual.
Según aquellas crónicas, los tercios de la Legión que combatían en aquel escarpado paraje del Rif, llevaban consigo un botijo lleno de agua para calmar la sed en plena batalla. Sus portadores se turnaban cada jornada, y se arriesgaban incluso más que el resto de los combatientes. Tenían que llevarlo de un lado a otro, entre los proyectiles, y sin llevar su arma encima.
En aquellos combates, los disparos de los rebeldes rifeños alcanzaron en varias ocasiones al botijo. Una de las balas le supuso “una herida que le amputó el pitorro”, tal y como refleja la crónica.
No fue la única marca que dejaron los combates sobre la superficie arcillosa del botijo. Los golpes y los agujeros que iban apareciendo iban siendo restañados, como se suturaban las heridas que recibían los legionarios.
Por estas ‘llagas’, los legionarios galardonaron al botijo con unas insignias, hecho que despertó la curiosidad del autor de la crónica. Cuando preguntó a uno de los legionarios por tan curiosa condecoración, esta fue la explicación que recibió:
“Aquí a nadie se le pregunta de dónde viene ni lo que es; se castiga al que lo merece, y se premia el valor, sea quien sea el que lo demuestre; y como este botijo se ha portado valientemente en lo más recio de la campaña, lo hemos hecho suboficial”.

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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ANECDOTAS LEGIONARIAS 11

Aquí os pongo una anécdota más:

¡¡¡De aquí no se mueve ni Dios!!!

Durante la guerra de Bosnia, esa guerra en la que todos, serbios, croatas, musulmanes, todos Bosnios, se odiaban a muerte y se degollaban unos otros sin miramientos de si eran civiles o militares, en esa guerra ocurrió un hecho digno de ser recordado, un hecho, en el cual unos pocos españoles estuvieron a punto de morir por defender al débil y al desamparado, un hecho que protagonizaron la fiel y vieja infantería, la Legión.
Corría el mes de abril de 1993 y estaban recién llegadas las tropas españolas a la zona del conflicto formando parte de las fuerzas de la Unprofor.
Durante una de las patrullas que se llevaban a cabo, una columna de cascos azules españoles compuesta por 4 BMR y 1 VCZ, que es lo mismo pero con una pala y que usan los zapadores, avanza hacia la ciudad de Konjic, situada a unos 40 km de Sarajevo, cuando ya empiezan a verse las primeras casas derruidas, y a oírse las detonaciones de las granadas y de los fusiles de asalto con mayor nitidez, también empiezan a oírse gritos desgarradores y llanto de niños.
De repente de entre el polvo y el humo que cubre los edificios semiderruidos aparecen las figuras de ciento y pico civiles aterrorizados, en su mayoría son mujeres y niños croatas habitantes de la ciudad que huyen despavoridos, justo detrás de ellos aparecen una docena de soldados de las milicias croatas que protegen la retirada de los civiles, enseguida empiezan a caer bombazos y disparos alrededor de los civiles y los milicianos.
Los civiles se refugian rápidamente a los costados de los blindados españoles, y se arrojan bajo ellos implorando la protección de los cascos azules españoles.
Tras disparar sus últimos cartuchos defendiendo a su gente, los milicianos croatas supervivientes llegan hasta los blindados, donde arrojan sus armas al suelo y se entregan con las manos en alto a los soldados españoles.
Asoman entonces de entre el polvo y el humo, rematando fríamente a los milicianos heridos que yacen por el suelo y que no han podido llegar hasta los blindados españoles, los combatientes de Ala. Son los llamados “Cisnes Negros” que han jurado morir defendiendo el Islam, son los encargados de la limpieza étnica que perpetraban los seguidores de Ala, muyahidines de barbas cerradas como la del profeta y pañuelo verde en la cabeza que degollaban a todos los infieles que caían en sus manos y crucificaban a los curas ya fueran católicos u ortodoxos y de paso incendiaban las iglesias. Tienen fama en toda Bosnia de ser crueles y sumamente sanguinarios.
Son unos trescientos muyahidines, armados con fusiles de asalto AK, ametralladoras y los temibles y eficaces RPG-7, capaces de abrir un BMR como una lata de sardinas con un disparo de sus granadas.
De inmediato exigen a los españoles de muy malas maneras que entreguen a los civiles y a los milicianos croatas, y que se larguen y miren hacia otro lado, o de lo contrario los mataran a todos, ya que ellos también son infieles.
El oficial al mando de la columna es un joven Teniente de la Legión, de inmediato ordena a sus hombres desplegarse y a los tiradores de las “maquinas “, las temibles Browning de 12´7 milímetros de calibre, que apunten a los tíos de los lanzagranadas, y que al más mínimo gesto hostil abran fuego.
Son muchos los que apuntan a los cascos azules españoles y a los civiles, la tensión crece y las mujeres y los niños lloran aterrorizados, los muyahidines gritan, enseñan los dientes, se pasan el dedo por el cuello como si cortarán, señalando a los civiles y los españoles.
Los cascos azules españoles, todo el convoy, solo tiene un pensamiento, “No os los llevareis, antes tendréis que matarnos a todos!”.
El Teniente Monterde, que así se llama nuestro Teniente de la Legión, informa al Cuartel General, donde al conocer la delicada situación de la columna se le ordena que regrese y abandone a los civiles y que sin mirar atrás se repliegue.
(Aquí surgen dudas pues según otras fuentes de donde he sacado la información, se le ordena que mantenga la posición hasta la llegada de refuerzos).
El caso es que tras terminar la comunicación con el Cuartel General el Teniente Monterde grita desde su posición:
-¡¡De aquí no se va ni Dios!!
Es la respuesta del Teniente Monterde, una respuesta digna de ser enmarcada en cualquier academia militar del mundo.
Y plantado frente a los “Cisnes Negros” , de cara a ellos y mirándoles a los ojos les dice en español, aunque no lo entiendan:
-A estos, no los vais a degollar.
Los muyahidines tal vez impresionados o convencidos de que aquellos españoles están dispuestos a morir y a matar por aquella gente se acobardan y envían emisarios a parlamentar, veían algo noble y valiente en la actitud de aquellos soldados españoles, ¡Moriremos matando! Parecían decir con su actitud, y seguro lo habrían hecho.
Tras los hechos el Teniente Monterde dijo:
-No somos héroes, solo cumplimos nuestro deber, nuestra obligación.
Pero para esas casi doscientas personas que salvaron, si son héroes.
Me imagino al Teniente Monterde plantado frente a los muyahidines y lo veo echándole un par de cojones y no sé si es por el polvo o por el humo que distorsionan la luz del sol, pero su sombra se parece mucho a uno de aquellos soldados que con una pica o un arcabuz defendían el honor de España, unos de esos viejos soldados de los Tercios de la vieja y fiel infantería española.

Pascual Sánchez Soler 3º82

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Anecdotas Legionarias 10

Aquí os pongo algunas anécdotas más:

Prohibido sentarse:

Pasaba el Capitán ayudante del Coronel por el cuerpo de guardia y ordeno que pintase uno de los bancos que estaba allí. Y ordeno que pusiesen un letrero en el banco: Prohibido sentarse.

"Claro, prohibido sentarse hasta que se seque y no por otra cosa".

Pasaron los meses y nadie se sentaba en ese banco, con lo que un día pregunto el Capitán al cabo de la guardia:

- ¿Porque nadie se sienta en ese banco? Siempre que paso por aquí esta solitario.

Y responde el Cabo:

- Es que Vd. Ordeno que nadie se sentase en ese banco y por eso nadie se sienta ahí.

Y el capitán responde:

- ¿Yo ordene eso?????? Ummmmm, ¡¡ahhhh!! ya me acuerdo, ¡¡¡hombreeee!!! dije que pusiesen un cartel prohibiendo que nadie se sentase allí, para que no se manchase nadie de pintura al estar recién pintado el banco. Anda, anda, diles a los legionarios que se sienten ahí, que ya el banco está seco.

Y es que en la Legión una orden es una orden y se cumple a rajatabla.



El carterista:

La Legión andaba de operaciones. En Dar Acobba se habían concentrado varias columnas de las que formaban parte tropas de nuestro glorioso Cuerpo y esta coincidencia de legionarios dio lugar a que un nutrido grupo de Oficiales reunieran los modestos almuerzos que así vinieron a quedar sazonados con la imponderable alegría de la charla común. Presidía la mesa – llamemos mesa, al abigarrado conjunto de artefactos que sostenía la variadísima colección de platos, vasos y cubiertos de campaña – el Teniente Coronel Millán. Quien no sepa cómo eran las comidas de Oficiales legionarios no puede darse cuenta exacta del ingenio, vocerío y animación de aquellas reuniones de hombres que a diario ocupaban los puestos más peligrosos de una guerra en que todo nos era hostil, el enemigo, el viento, la lluvia, el polvo, los caminos y hasta las moscas que nunca fueron neutrales porque jamás atacaron la dura piel de los cabileños mientras se cebaban en la nuestra.
En aquellas comidas se hacía derroche de buen humor y también se trataban temas serios y fundamentales, pero hubo un fruto prohibido que jamás nadie se atrevió nunca a probar: la murmuración. ¿Y cómo se iba a murmurar de jefes y compañeros inatacables dentro del más abnegado ejercicio de la profesión? En la sobremesa se habló de todo lo divino y lo humano y ¿cómo no?, se trató de los hombres de la Legión y del profundo e insondable misterio que rodeaba la vida de muchos de aquellos valientes. Verdaderos personajes ocultaban su pasado con el uniforme legionario mientras otros habían venido a redimir faltas y pecados, que la Patria es madre amorosa y nivela el cariño de sus hijos estrechando con fervor a los más desgraciados.

Un Capitán dijo que en su Compañía estaba alistado el más famoso carterista de toda Europa y describió sus habilidades en tal forma que picó la curiosidad de los presentes. Quiso el Teniente Coronel le presentaran el artista, que bueno es que nos conozcamos todos, dijo, y salió el Oficial de Semana en su busca. Penetró el mozo en la reducida estancia, pasó respetuosamente por detrás del Jefe y se situó enfrente, juntos los pies, fuera el pecho, alta la cabeza y la mano en el primer tiempo de saludo. Millán le miró con aquella profunda mirada que tan bien conocían sus hijos, los legionarios, y le dirigió la palabra en estos términos:
-Me han dicho que eres carterista ¿es cierto?
-Lo era mi Teniente Coronel, ahora soy legionario.
-Bien hijo mío– replicó el Jefe, veo que sabes dignificar tu vida. Pero quisiera ver una prueba de tu antigua habilidad. ¿Puedes dármela?
Titubeó el legionario sin atreverse a mover un dedo, pero el Jefe reiteró:
-¿Qué prueba puedes darme?
-Esta, mi Teniente Coronel, dijo el legionario sacando de un bolsillo de su guerrera la cartera del propio Teniente Coronel, sustraída al pasar por detrás de éste.


Pascual Sánchez Soler 3º82

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Anecdotas Legionarias 9

Aquí os pongo algunas anécdotas más:


Castellano en 5 segundos

En Alcazarquivir y durante los tensos momentos anteriores a la independencia del Protectorado, un legionario de la VIII Bandera dio conocimiento a sus superiores de que un musulmán le había propuesto la compra de un arma y, si lo deseaba, le prestaría auxilio para que desertase.

Para obtener la mayor información posible y cazar in fraganti al susodicho se preparó un montaje con la participación del legionario y éste aceptó el trato con el moro.
Llegado el momento de la entrega del arma y ocultos en las inmediaciones, varios Oficiales y Suboficiales contemplaban la escena hasta que, a una señal, el legionario agarró al elemento no dejándole escapar.

Inmediatamente lo llevaron al acuartelamiento y rápidamente comenzó el interrogatorio y desde ese momento el musulmán contestaba a todas las preguntas con:
Musulmán: - ¡¡ana m’an araf!! (no entiendo, no sé...).
Se le preguntaba en Sherja y él sigue contestando:
Musulmán: - ¡¡ana m’an araf!! ¡¡ana m’an araf!!
Y así durante algo más de 1 hora.
Entonces alguien en un arrebato de cólera cogió al musulmán y le metió la cabeza en una alberca para animarlo a colaborar... y cuando a los cinco segundos sacó la cabeza del agua, el musulmán soltó en castizo castellano:
Musulmán: - ¡¡¡¡Me cago en tu puta madre!!!! ¡¡¡¡que me estás ahogando coño!!!!
Y es que hay gente que tiene una increíble facilidad para los idiomas.

Otra de idiomas

La Agrupación Canarias en el conflicto de Bosnia estaba desarrollando una importante labor, que le supuso el reconocimiento de la opinión pública española e internacional.
A los legionarios, antes de partir, se les dio un cursillo rápido de inglés, más que nada una serie de frases hechas con las que poder desenvolverse en algunas situaciones con las que se podían topar durante las operaciones de ayuda en territorio Bosnio.
Estaba el legionario de turno intentando comunicarse con uno de los bandos contendientes para que le dejaran pasar con el convoy de ayuda a través de uno de los innumerables puntos de control de carreteras, después de un largo, lento y duro viaje por una carretera muy destrozada, en el que además debían estar pendientes de las posibles minas o trampas y de que no los confundieran con uno de los bandos contendientes.
Legionario: - ¿Can we come in? We have authorization.
Decía el legionario mientras gesticulaba ostensiblemente intentando dar expresividad a su escaso inglés.
Tras conseguir la autorización de paso del puesto de control Bosnio:
Legionario: - ¿Sabe mi Capitán? Me duelen las manos de tanto hablar inglés.
Le espetó a su mando, mientras soltaba las manos para relajarlas, después de haber estado hablando “su inglés” en todos los controles con los que se habían topado durante el viaje.
Y es que no todo el mundo tiene facilidad para los idiomas.

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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Anecdotas Legionarias 8

Aquí os pongo un par de anécdotas más:

La increíble historia del Cabo Anfiloquio González.

Ocurre durante la Guerra Civil Española, cuando se combatía en el frente de Durango. Un cabo al mando de su pelotón se prepara para realizar el asalto definitivo contra una posición enemiga que les estaba haciendo picadillo.

Cuando reciben la orden, el cabo González al frente de sus hombres, abandonan la seguridad de su trinchera y avanzan por campo abierto en medio de una lluvia de fuego. De pronto, una bomba enemiga explota demasiado cerca provocando la muerte de varios hombres y arrancando de cuajo un brazo al cabo. Los hombres del pelotón que aún siguen enteros, paralizados por el shock de la explosión y la escabechina que les han hecho, se quedan parados en tierra de nadie y al descubierto ante el fuego enemigo.

Es entonces cuando Anfiloquio (que así era el nombre de pila del cabo) dándose cuenta del terrible peligro que corrían sus hombres, se pone en pie, recoge con la mano que le queda el brazo perdido y ondeándolo sobre su cabeza como si fuera una bandera arenga a su pelotón gritando:

Cabo Anfiloquio: -¡Adelante muchachos! ¡Qué esto no es nada!

Con un par. Ni que decir tiene que terminaron conquistando la posición enemiga y que el cabo sobrevivió a duras penas a causa de la perdida de sangre por la amputación del brazo de forma tan violenta.

Increíble ¿Verdad?. Pues al parecer, la historia es totalmente cierta.
Aparece en el diario ABC del 17 de Mayo de 1942 donde se da cuenta del heroico gesto del cabo Anfiloquio González.

El cabo telefonista?
Contaba el General Maciá Serrano como durante el avance por Andalucía en la Guerra Civil, un Cabo de la Legión, que al parecer hacía la guerra por su cuenta, se metió en un pueblo ocupado por el enemigo y se fue directamente al Ayuntamiento.
Desorientado al moverse por dentro del edificio, vino a dar con la centralita de teléfonos.
Al ver en el cuadro que se encendían y apagaban unas lucecitas y sonaban unos timbres, la pícara curiosidad le llevó a ponerse los auriculares y oír las conversaciones.

Desconocido: -¡Oiga! ¡oiga! ¡urgente! ¡póngame con el gobernador!.

Al Cabo le hizo gracia y enchufó la clavija donde buenamente le pareció. Al momento sonaba un endemoniado ruido. Tranquilamente la sacó de allí y la enchufó en otro lado. La cosa fue a peor. Empezó a sonar un timbre con tal potencia que parecía que los bomberos estaban por llegar. En tanto en el auricular no cesaba de clamar.

Desconocido: -¡Oiga! ¡urgente! ¡con el gobernador civil! ¡urgente!

El Cabo legionario empezó a enchufar donde buenamente le parecía y cada vez peor, hasta que oyó por el auricular.

Desconocido: -"¿Tiene usted miedo? no acierta a darme esa comunicación"
Cabo legionario: -¿Miedo yo? pero hombre, ¡si soy un Cabo de la Legión!.

Fueron tan fulminantes estas palabras que cuando a los pocos minutos entraba la Bandera, el pueblo se rindió sin un solo tiro, pensando que la Legión ya se encontraba dentro ocupando los principales edificios públicos.

Pascual Sánchez Soler 3º/82

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